viernes, 5 de septiembre de 2008

Desde la cuna hasta el cajón puma de corazón

¿Y si decimos que eres la amante del Cacho? –Va y que tú eres el primo del “frijolin” ah no del Picolín–, comentaban entre risas y carcajadas un grupo de jóvenes que en metro CU tomaron la ruta uno del Puma Bus para dirigirse al Estadio Olímpico Universitario y presenciar el juego entre los Pumas de la UNAM y el Harbour View de Jamaica.
Apretados y a fuerza entraban más aficionados en cada una de las paradas, hasta parecían los esfuerzos de las hermanastras de Cenicienta por introducir su pie en una pequeña zapatilla de cristal, tarea casi imposible que dejaba fuera del transporte universitario a más de un grupito de amigos con playeras del equipo local.
Al llegar al majestuoso estadio, de 56 años de edad, aquellos que no recordaron o bien desconocían las reglas tenían que dejar encargados los cinturones e incluso las bufandas.
Al interior los cuatro grandes mástiles de luces, hacían brillar en plenitud la cancha y las gradas, gradas que poco a poco se fueron ocupando con personas de todas las edades, como ya es tradición los fines de semana durante la temporada, sin embargo, la afluencia no fue mucha ya que entre persona y persona un espacio gris del cemento de la banca se podía apreciar.
Pero en jueves, CU se vistió de gala, hombres con traje y camisa cubierta con el orgullo azul y oro sobre su pecho hacían su aparición, así como mujeres elegantes con tacones o bien aquellos que demostraron su amor con la garganta y los ¡Goya¡ porque la rutina no les permitió lucir una playera universitaria.
Poco antes de las 21:00 horas, y como ya es tradición, el Himno Universitario se entonó con fuerza, más de uno se preocupaba por sacar su mejor voz y otros que aún no se lo sabían, miraban la pantalla para reproducir cada frase, al tiempo que se veían imágenes de la vida deportiva del Estadio Olímpico Universitario.
Con un pequeño recorrido de los equipos en fila india comenzó, un poco de calentamiento y por fin el arbitro central pitó el inicio, mientras en el graderío se hacían presentes “las picsas”, “las cheves”, los refrescos, las donas, los churritos y todo tipo de alimento para entretener a la lombriz antes de salir del recinto.
El encuentro “de vuelta” no tuvo ida debido a la cancelación del partido en Jamaica tras la aparición del huracán Gustav que azotó la isla caribeña el cual también trasladó al Estadio Azteca el partido entre las selecciones de México y Jamaica en la búsqueda de un boleto para el Mundial de fútbol en Sudáfrica en 2010.
Por todo esto el partido era decisivo para clasificar a la fase de grupos de la Liga Campeones CONCACAF, Confederación del Norte, Centroamérica y el Caribe de Fútbol, en la cual los 16 clasificados se dividen en grupos de cuatro equipos cada uno, el siguiente paso es sumar lo suficiente para ser de los primeros dos de cada división y así paso a paso caminar rumbo al título.
Más de media hora había transcurrido entre el ir y venir del balón entre los jugadores de Pumas, de Cacho a Morales, de Morales a Palencia, luego al Picolín, hasta que una falta del portero del Harbour View sembró la esperanza del gol universitario cuando se marco un penal.
Penal que Palencia se encargó de fallar, “a ver si no la caga” comentó un joven de aproximadamente 20 años antes de ver la acción mientras el portero suplente calentaba después de la expulsión de su colega tras la falta, “tráiganle a su vieja para que caliente más rápido” gritó uno de los trajeados, ya que pasaron varios minutos antes de que se reanudara el juego.
“Cálmate pinche Platas, clavadote que se aventó hasta patitos hizo” vaciló el mismo hombre de traje –a su familia y amigos que sumaban más de ocho– sobre la caída de un jamaicano.
“Dale, dale, dale, dale ¡oh!, Dale, dale, dale, dale ¡oh!, Dale, dale ¡oh!”, cantaba la porra universitaria que en más de una ocasión arrojó objetos incandescentes a la cancha, los cuales eran fulminados por los elementos de seguridad que dirigían sus miradas amenazadoras a las gradas para encontrar al actor intelectual.
Durante todo el primer tiempo los goles se ahogaban y se quedaban en las gargantas de la afición ya que se fueron al descanso con un empate a cero.
Quince minutos tuvieron que pasar, entre nutritivas cenas, compuestas por papitas, chicharrones, tacos de canasta, agua embotellada y empanadas, aunque otros ocupaban el tiempo libre planeando una reta en Coapa para el fin de semana, el líder era ese mismo señor de traje beige y lentes con toda su bandota que ocupaban, a medias, tres filas del centro de la planta baja del estadio.
Un señor bien conocido por quien vende las chelas –un hombre de aproximadamente 70 años– que le llevo la cuenta de las bebidas hasta su lugar, mientras esperaba su pago, se sentó a ver unos segundos el partido que por andar de un lado a otro, saciando la sed de los demás, casi siempre sólo sabe el marcador final, pero no como metieron el gol, “nos vemos en quince días don” le dijo el aficionado.
Después de 65 minutos de tensión por fin llegó su majestad el gol, la gente no grito mucho y es que habían sido muchas las ilusiones ópticas del ingresó de la pelota en la portería contraria que prefirieron dejar de lado la emoción hasta que el audio local confirmó la hazaña de quien falló un penalti, Palencia, “al menos se sacó la espina” gritó una señora, mientras las bebidas de la gente volaban en el aire por la emoción, si bien el cielo no lloró, la lluvia de vasos de cartón sí ocurrió.
El partido estaba agonizando y algunos de los niños que acompañaron a sus padres ya dormitaban cubiertos por chamarras o cargados en los brazos de mamá o papá, cuando Jehú Chiapas regaló la segunda anotación al minuto 89 y sólo dos minutos después en tiempo de compensación otra vez Palencia anotó el ultimo de los goles del encuentro entre el equipo mexicano y el jamaicano.
Los impacientes, aquellos que no deseaban encontrarse con el tumulto en los camiones o bien no les quedaba de otra –sino ya no alcanzaban transporte– salieron del estadio sin disfrutar de las últimas anotaciones.
Los que permanecieron, salieron con una sonrisa de oreja a oreja y afuera, del gran “cráter arquitectonizado” como lo llamó en alguna ocasión Diego Rivera cantaban, gritaban y coreaban una y otra vez la ya famosa porra universitaria “¡Goya, Goya cachun cachun ra ra, cachun cachun ra ra, Goya, Universidad!”
Una vez más la obra arquitectónica de Augusto Pérez, Raúl Salinas Moro y Jorge Bravo, vio triunfar, celebrar a la afición y clasificar al equipo de casa a la siguiente fase de la Liga, porque como se leía en una pancarta en el exterior, desde la cuna hasta el cajón puma de corazón.